Verano relativo

Este post es una colaboración de J.A. González

Aquí, en este mediterráneo tan amado, es verano. Para ti que nos lees puede ser que si o  puede ser un momento de duro invierno. El universo no tiene por qué sentir el calor que aquí sentimos. Si algo tiene la globalización es que rápidamente te deja claro que eres una gota en un océano. Un océano maravilloso, lleno de maravillosas gotas.

Descansaremos unos días en nuestro verano y hasta que nos volvamos a encontrar os quiero regalar un poema que parece invernal pero está lleno de calor. Aquí, dentro de uno, tampoco hay estaciones universales.

Para vosotros y vosotras maravillosas gotas de este océano.
  
EL OCEANO DE TU PIEL.

En este día lluvioso y otoñal,
en este día gris,
tan cansado y tan vivo,
tan igual a otros días diferentes
mientras resbala en el tiempo
como las gotas en los paraguas,
no me busques en las palabras
que retengo en mis labios,
ni adivines intenciones en mis ojos,
ni me sientas lejano, distante,
tal vez frío.

Todo es más fácil.
Búscame allí donde tranquilo habito
y me hallarás, como siempre,
navegante, silencioso y tuyo,
en el cálido océano de tu piel.

José Antonio González

Los sueños, sueños son

Este post es una colaboración de J.A. González

No todo está ordenado. No todo tiene por qué tener una explicación racional. ¿Qué es una explicación racional? Ese cóctel del que sabemos los ingredientes y sus medidas, más o menos, y creemos que podemos controlar, más o menos. A veces el cóctel anda revuelto, sin medidas, y nos trae sorpresas. Os regalo una.

















TRANSATLANTIC DREAM (2:00 A.M.).
Esta noche inquieta, febril,  me derrama un poema.
Bebo agua y miro desde mi ventana.
La humedad ámbar cubre los coches.
Más allá de mi desvelo sólo el mar.
Noche y silencio.

Alguien mira a través de la ventanilla del metro
y bebe agua, en este mismo instante.
Mira absorto la oscuridad, tal vez en Manhattan,
atravesando el reflejo de una cara agotada,
como el día que allí termina.

Esta noche extraña me derrama un poema
en el que miro desde mi ventana.
Soy alguien que mira en la noche el mar.
Un mar anciano, extenuado,
dormido en la pereza de los siglos.

Cae sobre mí un poema en el que otro bebe agua
mientras me contempla desde su ventana.

Tal vez sólo seamos agua que bebe el tiempo

mientras derrama un poema en una noche insomne.

J.A. González

El cerebro del niño

 Daniel Siegel y Tina Payne Bryson han escrito una guía magistral y fácil de leer para ayudar a desarrollar la inteligencia emocional de los niños. Este brillante método convierte las interacciones cotidianas en valiosas oportunidades para moldear el cerebro. Cualquiera que se preocupe por lo niños -y que quiera a un niño- debería leer El cerebro del niño.
Daniel Goleman,
autor de Inteligencia Emocional

Autocontrol infantil


En la década de los sesenta, Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, demostró la correlación entre la capacidad para controlar los impulsos básicos en la infancia y las características en la vida adulta. Estos estudios ponen de manifiesto la importancia del aprendizaje emocional en edades tempranas.

El vídeo ilustra el experimento, no dejes de verlo:


El test de la golosina: Autocontrol infantil por raulespert

Mischel "siguió" a los niños a los largo de treinta años y relacionó los resultados obtenidos en el experimento "de los 4 años" con su desarrollo adolescente y adulto.
Encontró que las diferencias emocionales y sociales que presentaban los adolescentes que a los 4 años fueron incapaces de reprimir sus impulsos eran extraordinarias respecto a los que optaron por aplazar la recompensa de la segunda golosina.
Así, los que a los 4 años de edad fueron capaces de resistir la tentación  eran adolescentes:
  • socialmente más competentes
  • afrontaban mejor las frustraciones de la vida
  • eran más responsables 
  • seguían siendo capaces de demorar las gratificaciones al perseguir sus objetivos.
Sin embargo, una gran parte de los adolescentes que de niños mostraron un comportamiento más impulsivo presentaban:
  • una baja autoestima
  • eran más indecisos
  • soportaban peor el estrés
  • eran más proclives a discutir y pelearse.
  • y, pasados todos estos años, seguían siendo incapaces de aplazar la recompensa.
Pero lo más sorprendente es que, cuando se evaluó a los niños al terminar el instituto, los resultados académicos de los que no supieron dominar sus impulsos a los cuatro años de edad eran peores.

La evaluación demostraba que al llegar a la edad preuniversitaria aquellos niños que fueron más pacientes presentaban:
  • una mayor predisposición al aprendizaje
  • razonaban y se concentraban mejor 
  • eran capaces de llevar a cabo los objetivos planteados con mayor decisión. 
  • Además, obtuvieron mejores puntuaciones en los SAT (Test de Aptitud Académica, examen preuniversitario).
Inteligencia Emocional

Todos estos datos nos indican que es necesario educar la impulsividad de los niños, y esto se hace cuando les enseñamos estrategias tales como:
  • darse instrucciones a si mismos
  • cambiar el foco de atención
  • visualizar las consecuencias que el aplazamiento de la recompensa tendrá
Hemos de impedir que el niño pase del deseo a la acción. José Antonio Marina 


Emoción y resolución de problemas: la importancia de saber preguntarse

Este post es una colaboración de J.A. González

Inteligencia EmocionalEl sentido y la amplitud con la que ante un problema nos formulamos preguntas, en principio para intentar encontrar su solución, explica, por una parte, cómo vemos realmente la circunstancia problemática y, por otra, determina  el sentido  y la amplitud de la respuesta que estamos dispuestos a dar. Las preguntas que nos formulamos son una muestra clara de nuestro modo de ver las relaciones humanas y nuestro estilo de reacción ante las demandas que éstas nos hacen.

Casi a diario me encuentro ante padres y madres que me formulan con cara de preocupación, y a menudo con una tremenda angustia, la siguiente pregunta: ¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Qué es lo que tiene mi hija? Estas familias esperan una respuesta diagnóstica porque se han hecho una pregunta diagnóstica. Si al niño le pasa algo (problemas académicos, problemas de conducta, etc.…) tiene que existir una causa en él (neurológica, psicopatológica…), con un nombre (etiqueta) y una terapia que pueda poner en marcha el correspondiente especialista.

Casi a diario veo caras de estupefacción cuando, después de la evaluación del niño o la niña, ante la pregunta diagnóstica respondo que a éste no le pasa nada, que no tiene nada, que no hay una etiqueta (ni TDAH, ni dificultad de aprendizaje, nada…) que explique “lo que le pasa”. Lo lógico sería ver caras de alivio pero no ocurre así, los padres se quedan descolocados, defraudados, incluso más angustiados. ¿Y ahora qué?

Es el momento en el que suelo formular una nueva pregunta. ¿Qué es lo que no tiene tu hijo? ¿Qué es lo que no le pasa a tu hija que le debería pasar?

Inteligencia EmocionalLo mismo si probamos a darles el tiempo de relación con nosotros que no tienen, los hábitos que no tienen, el cariño que no tienen, los modelos que no tienen, las palabras que no tienen, la calma que no tienen, la seguridad que no tienen… Lo mismo comprobamos que en un 95% de los niños y niñas con problemas no son necesarios los diagnósticos psicopatológicos ni mucho menos los tratamientos farmacológicos, ni los terapeutas, ni los psicólogos… Lo mismo comprobamos que “lo que les pasa” es que no nos tienen.

Cambiar la pregunta ayuda a muchos padres y madres a encontrar una respuesta mejor, más amplia, más humana. Otras veces no consigo sacar a algunos de su angustia porque no hay manera de que cambien la pregunta. Debe ser que el diagnóstico centrado únicamente en el niño o la niña tristemente es más cómodo y descarga responsabilidad: un culpable abstracto, una etiqueta de manual diagnóstico y una pastilla cada ocho horas. 
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