
Casi a diario me encuentro ante padres y madres que me formulan con
cara de preocupación, y a menudo con una tremenda angustia, la siguiente
pregunta: ¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Qué es lo que tiene mi hija? Estas familias
esperan una respuesta diagnóstica porque se han hecho una pregunta diagnóstica.
Si al niño le pasa algo (problemas académicos, problemas de conducta, etc.…)
tiene que existir una causa en él (neurológica, psicopatológica…), con un
nombre (etiqueta) y una terapia que pueda poner en marcha el correspondiente
especialista.
Casi a diario veo caras de estupefacción cuando, después de la
evaluación del niño o la niña, ante la pregunta diagnóstica respondo que a éste
no le pasa nada, que no tiene nada, que no hay una etiqueta (ni TDAH, ni
dificultad de aprendizaje, nada…) que explique “lo que le pasa”. Lo lógico
sería ver caras de alivio pero no ocurre así, los padres se quedan
descolocados, defraudados, incluso más angustiados. ¿Y ahora qué?
Es el momento en el que suelo formular una nueva pregunta. ¿Qué es lo
que no tiene tu hijo? ¿Qué es lo que no le pasa a tu hija que le debería pasar?

Cambiar
la pregunta ayuda a muchos padres y madres a encontrar una respuesta mejor, más
amplia, más humana. Otras veces no consigo sacar a algunos de su angustia
porque no hay manera de que cambien la pregunta. Debe ser que el diagnóstico centrado
únicamente en el niño o la niña tristemente es más cómodo y descarga
responsabilidad: un culpable abstracto, una etiqueta de manual diagnóstico y
una pastilla cada ocho horas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario