El sentido y la amplitud con la que ante un problema nos formulamos preguntas, en principio para intentar encontrar su solución, explica, por una
parte, cómo vemos realmente la circunstancia problemática y, por otra, determina
el sentido y la amplitud de la respuesta que estamos
dispuestos a dar. Las preguntas que nos formulamos son una muestra clara de
nuestro modo de ver las relaciones humanas y nuestro estilo de reacción ante
las demandas que éstas nos hacen.
Casi a diario me encuentro ante padres y madres que me formulan con
cara de preocupación, y a menudo con una tremenda angustia, la siguiente
pregunta: ¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Qué es lo que tiene mi hija? Estas familias
esperan una respuesta diagnóstica porque se han hecho una pregunta diagnóstica.
Si al niño le pasa algo (problemas académicos, problemas de conducta, etc.…)
tiene que existir una causa en él (neurológica, psicopatológica…), con un
nombre (etiqueta) y una terapia que pueda poner en marcha el correspondiente
especialista.
Casi a diario veo caras de estupefacción cuando, después de la
evaluación del niño o la niña, ante la pregunta diagnóstica respondo que a éste
no le pasa nada, que no tiene nada, que no hay una etiqueta (ni TDAH, ni
dificultad de aprendizaje, nada…) que explique “lo que le pasa”. Lo lógico
sería ver caras de alivio pero no ocurre así, los padres se quedan
descolocados, defraudados, incluso más angustiados. ¿Y ahora qué?
Es el momento en el que suelo formular una nueva pregunta. ¿Qué es lo
que no tiene tu hijo? ¿Qué es lo que no le pasa a tu hija que le debería pasar?
Lo mismo si probamos a darles el tiempo de relación con nosotros que no
tienen, los hábitos que no tienen, el cariño que no tienen, los modelos que no
tienen, las palabras que no tienen, la calma que no tienen, la seguridad que no
tienen… Lo mismo comprobamos que en un 95% de los niños y niñas con problemas
no son necesarios los diagnósticos psicopatológicos ni mucho menos los
tratamientos farmacológicos, ni los terapeutas, ni los psicólogos… Lo mismo
comprobamos que “lo que les pasa” es que no nos tienen.
Cambiar
la pregunta ayuda a muchos padres y madres a encontrar una respuesta mejor, más
amplia, más humana. Otras veces no consigo sacar a algunos de su angustia
porque no hay manera de que cambien la pregunta. Debe ser que el diagnóstico centrado
únicamente en el niño o la niña tristemente es más cómodo y descarga
responsabilidad: un culpable abstracto, una etiqueta de manual diagnóstico y
una pastilla cada ocho horas.
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