Madurar la paz


Este post es una colaboración de J.A. González.

Muchas veces ansiamos tanto la paz, la solución de un conflicto emocional, que nos conformamos con cualquier paz o con su simulacro, a pesar de que sabemos bien que  casi siempre una mala paz prepara en no mucho tiempo la siguiente guerra. Firmamos tantos y tantos tratados de Versalles que andamos siempre entre guerras mundiales.

El diálogo, el entendimiento, crear una nueva realidad mejor (crear una peor es el sinsentido más frecuente), más satisfactoria para todos, requiere una paz sin vencedores ni vencidos –no se trata de vencer, se trata de que todos ganemos-. Sería absurdo e ingenuo construir la paz sin memoria y sin responsabilidades,  pero la paz para ser necesita mirar al futuro.

Con todo, como en tantas cosas, la paz es ni más ni menos que una cuestión de voluntad compartida. Y mientras sientas que el hambre de paz no es compartida, que es un asunto únicamente tuyo, dale tiempo al tiempo: la buena paz es un fruto que requiere necesidad, cuidado y madurez.

 TIEMPO AL TIEMPO

Sería fácil una rendición,
falsear con olvido las heridas,
ignorar, dando en amor traición,
lo leve que soy ahora en tu vida.

Cada noche digo “¿es para tanto?”
y, al soñar, la mano que me acaricia
se torna en niebla, extraño espanto,
añoranza de amor, de él avaricia.

Tan grande el dolor era que ya no es llanto,
hasta el mar de la tristeza tiene brisa,
se agotó al esperarte con desencanto.

Y a más deseo el aire de tu risa,
a más abismo, silencio, muro ancho,
mejor sé que la paz no quiere prisas.
 J.A. González.

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