Este post es una colaboración de J.A. González.
Vivimos con miedo. Miedo a que
nos hagan daño, miedo a que descubran lo pequeños que somos, miedo a perder y
miedo a perdernos. Mucho, demasiado miedo. Y, como cuando éramos niños,
cerramos los ojos o bajamos la cabeza para no ver, para exorcizar la sombra del
miedo.
Y es que a menudo nos pensamos
poca cosa, otorgamos a los demás virtudes y cualidades que nos negamos a
nosotros mismos, sintiéndonos inferiores, y nos avergüenza mirar al otro a la cara
para que no descubran nuestra pequeñez. También evitamos mirar para que los
“monstruos” de la vida no se fijen en nosotros, para que pasen de largo. Y por
no mirar nos perdemos más aún; ni comprobamos que no somos tan diminutos, ni
vemos llegar a los que de verdad nos podrían hacer daño.
A las personas nos igualan los
errores, los defectos, el temor, la inseguridad, las grandes o pequeñas
miserias que todos intentamos ocultar, desde el príncipe al mendigo. Tener el
privilegio de mirar ha sido históricamente uno de los instrumentos de los
poderosos. El mendigo no debe mirar a los ojos al príncipe porque puede
descubrir que éste no es más que otro hombre, no más grande que él. El príncipe
mira, elevándose sobre aquel que retira la mirada; o evita mirar porque puede descubrir
que tras una mirada se esconde la dignidad de otro hombre, no más pequeño que
él.
Tener conciencia de esta
humanidad falible es un buen punto de partida para librarse del miedo y
comenzar a mirar a los ojos del otro. Te miro y te sonrío y me muestro desnudo,
puedes ver si hay motivo para temer y puedes ver lo diminuto que en algunas
cosas soy. Y yo puedo leer en la desnudez de tus ojos aquellas historias de las
que quizá no estés orgulloso. Ya somos iguales. Todos “pecamos”, no es nada
original. Lo bueno es que sabiéndonos iguales en el error podemos relajarnos y
mirar, y a partir de ahí contemplar con disfrute, libres del miedo, las
distintas y particulares formas de
belleza que muchas almas humanas guardan.
Es la belleza la que nos
diferencia y queda oculta si no miramos al otro. Es la gran pérdida. Mira y
sonríe, y en el caso poco probable de que no recibas una mirada y una sonrisa,
entonces si, sin duda, sal corriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario