Comprender el Dolor Infantil

Este Post es una colaboración de J.A. GONZÁLEZ.
Decís: “Es cansado estar con niños”. Tenéis razón. Y añadís: “Porque hay que ponerse a su altura, agacharse, inclinarse, curvarse, hacerse pequeño”. Pero os equivocáis. No es eso lo que más cansa, sino el tener que elevarse hasta la altura de sus sentimientos. Estirarse, alargarse, ponerse de puntillas. Para no hacerles daño. (J. Korczak).

Al pensar en la infancia, evocamos a menudo la imagen de la alegría, la falta de preocupaciones, la ausencia de problemas. Es cómodo mirar y ver sólo una parte de la realidad, y, como el avestruz, pensar que no existe lo que nos negamos a ver.

Pensar que el dolor infantil no existe es un cómodo prejuicio; nos permite a los adultos fingir que “no pasa nada”, o incluso el rechazo absoluto, explícito y comunicado al mismo niño, que cuestiona que pueda haber una realidad significativa de carácter negativo vivida por él.

El dolor infantil no debe leerse desde las claves interpretativas propias de las emociones y sentimientos de los adultos ya que tiene sus especificidades, pero que sea distinto no quiere decir que sea inexistente.

Nuestros niños en su cotidianeidad deben enfrentarse a experiencias dolorosas y a menudo se encuentran solos en ese proceso. Una de las carencias de la educación de nuestros hijos es que no nos atrevemos a prepararlos para el dolor o el sufrimiento, aspectos que asustan y por ello son eludidos o eliminados de la realidad familiar o escolar. De este modo los niños quedan indefensos ante estas emociones, inevitables porque son constitutivas de la vida de todo ser humano, y cuando se ven inmersos en ellas se sienten confusos y desorientados y carecen de instrumentos para afrontarlas. La actitud social de “huida del dolor” evita que nos vacunemos, y al desconocer lo que evitamos somos incapaces de construir reacciones para superar la adversidad.

Es necesario, por tanto, identificar las características de la percepción infantil del dolor. Nos corresponde a los adultos decodificar los mensajes que nos envían los niños para poder acompañarlos hacia una alfabetización emocional.
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El primer paso, en la familia y en la escuela, es ponernos en disposición de escucharlos; escuchar lo que dicen con sus palabras, con sus gestos, con sus dibujos…

El segundo paso consiste en conciliar, en educar y desarrollar armónicamente, la vida emocional y la vida de la razón; sólo en la medida en que haya concordancia entre ellas es posible aproximarse a los problemas existenciales sin desequilibrios. La emoción es premisa y consecuencia de la razón. Si las emociones son indispensables para que los niños se comuniquen y atribuyan significado a lo que les rodea, sería necesario enseñarles a nombrarlas, porque lo importante es saberlas reconocer para compartirlas y así sentirnos comprendidos y aceptados.

El tercer paso requiere proximidad emocional, un niño sólo puede vivir los sentimientos si hay alguien que al vivirlos lo acepte, lo comprenda, lo apoye.

Hoy nos encontramos con multitud de niños que carecen de las palabras necesarias para expresar lo que temen, lo que aman o lo que sienten que se agita en su interior; no las han aprendido y no las saben usar. Pero son los mismos niños a los que les exigimos responsabilidades y autonomía frente a los problemas por una parte, y sobreprotegemos por otra. No conocer las emociones los deja indefensos porque  no se conocen a sí mismos ni a la realidad que los rodea.
  
En la escuela corremos el riesgo de separar la información de la comunicación. La información es el conjunto de saberes ya dados que se deben transmitir al niño. La comunicación requiere empatía, comprensión, compartir intercambios de impresiones y conocimientos; requiere intersubjetividad, diálogo, relación recíproca. El problema aparece cuando consideramos la comunicación como algo adicional, un apéndice de la actividad cotidiana curricular. Pero es en este apéndice donde reside la posibilidad de conocer al niño, de saber lo que piensa, de captar si está bien, de saber si sufre o si necesita afecto.

Basar la escuela en el enfoque informativo es entenderla como instrumento para la instrucción, pero no como medio para la educación y la formación de la personalidad del individuo. No existe aprendizaje sin gratificación emotiva, y el descuido de la emotividad es el máximo riesgo en que incurre actualmente el sistema escolar.

Al mirar al patio de recreo lleno de niños y niñas  pienso en cuantos de ellos pueden estar sufriendo, pueden estar sintiendo dolor emocional, en la más completa de las soledades. Comenzaremos a saber cuantos son y cómo ayudarles cuando comencemos a dar verdadera importancia a la educación emocional.

Para profundizar en el tema:
Comprender el dolor infantil. Michela Schenetti. Editorial Graó

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