de fakires y púas


Este Post es una colaboración de J.A. GONZÁLEZ.
Algunas noches, mientras espero esa llamada de teléfono que a veces no llega y que cuando llega no siempre me tranquiliza, me da por pensar. Ya se que hay gente que se dedica a cosas menos peligrosas, pido un poco de comprensión.

Esta noche me he descubierto pensando que hay personas que son como una especie de fakires de los sentimientos, siempre a punto de recostarse en una cama de púas, púas de miedo afilado y cortante. Me vienen a la mente aquellos que a fuerza de tanto sufrir han desarrollado tal capacidad de evitar pensar en su sufrimiento que nos hacen creer que éste no existe. ¿Será que para que el cerebro de un fakir niegue el dolor debe negar primero la posibilidad de que las púas laceren su cuerpo, tantas veces herido, y más tarde negar la existencia misma de las púas si es necesario?
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No sé si esto tiene mucho que ver con los fakires pero hay personas que cuando deberíamos esperar de ellas que llorasen amargamente nos muestran una sonrisa tan luminosa como teatral. Personas para las que sería una enorme revolución mostrar un pequeño atisbo de rebeldía o tan siquiera una queja diminuta y sin embargo nos ofrecen justificaciones tan ciegas y sumisas  que ante la imposibilidad de que las reconozcan evitamos contradecirlas. Personas que cuanto mayor es el dolor que sienten mayor es la bondad, alegre y despreocupada, que muestran. Todo con tal de que el dragón del dolor no despierte. Todo con tal de que su furia imprevisible no se detenga en ellas.

Imagino que todo buen fakir sabe que el miedo no es ni más ni menos que la reacción física y emocional ante la posible aparición de una circunstancia desagradable o dolorosa. Pero intuyo que uno no debe llegar a ser fakir de la noche a la mañana, supongo que el faquirismo debe aprenderse desde bien pequeño, o no aprenderse.

Los no iniciados podrían pensar que no hay drama mayor que el del niño que crece con miedo, un miedo del que no se pueda escapar, un miedo que no se pueda evitar. Pero el ser humano practica el virtuosismo negativo, siempre encuentra con facilidad la formula para que las cosas sean más horribles de lo que ya son. Si el miedo es la probabilidad del dolor, es mucho menos malo, o sea mejor, que cuando el dolor es certeza.

Entiendo que esto sería, por así decir, una primera fase en el desarrollo evolutivo fakírico. El fakir aprende que, si el dragón es capaz de elevar el dolor a la categoría de certeza  permanente, el miedo puede llegar a ser hasta un estado agradable.

En una segunda fase, admitido el miedo como estado no del todo malo, aprende que el truco está en negar la existencia de las púas y en huir de todo aquello que haga pensar en ellas. Algunas veces no llega el dolor, pocas es verdad, pero el fakir primerizo es muy afortunado porque en  algunas pocas no llega. Lo mejor, aconsejan los veteranos, es que mientras se recuesta en las púas cada noche, piense en que a veces, pocas, no hay púas. El no dolor también existe luego el dolor por arte de magia queda vencido, como en ese debate teológico en el que se niega la existencia del infierno porque el cielo existe.

Ignoro si a los fakires les dan cinturones de colores. Desde luego el cinturón negro del maestro fakir debe ser la conciencia absoluta de que la culpa del dolor no la tienen las púas, la culpa del dolor la tiene la poca resistencia de su carne y su escasa habilidad para recostarse. Fácil, tan solo se trata de hacerse tremendamente más duro y más delgado. Dureza y negación. El dolor no existe y el fakir tampoco. Cuentan que hay fakires que de tanto endurecerse y negarse se transmutan en púas.

A todo esto no sé bien por qué esta noche, esperando una llamada, me ha dado por pensar en fakires. Amigos y amigas, estaba como ausente pero he vuelto.

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