El pasado 25 de Noviembre fue el
día internacional contra la violencia de género. Hoy quiero hacer presentes a
tantas y tantas víctimas silenciosas del horror, a las que lo fueron y quedaron
marcadas para siempre y a las que hoy, en este momento, lo están siendo y se
sienten desprotegidas.
“Pablo era un
niño que, al contrario que muchos otros niños, no quería salir del colegio. El
colegio era su fortaleza y sus paredes las murallas, y hasta allí no llegaban
los gritos, los golpes, las lágrimas. Los viernes sentía pánico, Camelot se
esfumaba. Al terminar cada curso, las actividades escolares que anticipaban el
verano eran para él como llevar a un reo al corredor de la muerte a la espera
de que se ejecutase la sentencia.
Pablo buscaba
continuamente escondites y refugios. Soñaba y leía. También en la cama podía
hacer como que no existía pero era imposible no oír, no llorar. Hoy, décadas
después, aun no es capaz de poner palabras a ese terror. No tiene palabras,
como tampoco guarda fotos alegres de su infancia, ni recuerdos alegres, ni
demasiada memoria. Olvido elegido y dolor, y ese sentimiento de pena inmensa y
de injusticia al no haber tenido una infancia como la de los demás niños. Un
sentimiento de estafa y robo. Sentimiento de no entender la violencia en él y
no entender por qué ella lo quería y lo perdonaba continuamente, .por qué era
obligatorio mostrar sumisión…
Cuenta que una
tarde, de repente, porque el terror llega siempre sin avisar pero llega, se encontró encerrado en el baño
agarrado a su madre. Gritos, llanto, golpes, insultos, terror, dolor. Calcula
que tendría unos siete años. El terror aporreaba la puerta con tal fuerza que
consiguió abrir a patadas un agujero por donde meter la mano y quitar el
pestillo. Al abrirse la puerta se lanzó de inmediato sobre él, como tantas
veces había visto hacer en los tebeos al Capitán Trueno, y se interpuso en su
camino para protegerla. Un bofetón lo tiró al suelo. Ella recibió patadas y
puñetazos…
Aquella puerta
nunca se reparó, era una advertencia. Pablo dice que el agujero que aquellas
patadas dejaron en su alma sigue abierto, es una advertencia. Pablo creció con
un objetivo, no ser como él, y buscó llenar su vida con olvido sin odio y mucho
amor.”